viernes, 2 de enero de 2009

Parado en un semáforo

Detesto manejar. Lo odio con una intensidad que es hasta peligroso. Peligroso porque en la medida de lo posible estoy haciendo otras cosas mientras estoy manejando, ya sea cantar en voz alta, intentar escribir un mensajito, pensar en cualquier cosa o hablar con la persona que tengo al lado, con predecibles consecuencias para mi ya pobre capacidad de manejo. Por eso manejo muy poco, principalmente en las noches para desplazarme a alguna clase de reunión y tengo la firme convicción de que si llego en en algún punto de mi vida a verme en la triste situación de manejar todos los días voy a terminar en alguna clase de choque espantoso.

Mis experiencias al volante deben ser entonces la envidia de todos los caraqueños. Caracas después de las ocho de la noche no tiene las colas inmensas que la caracterizan de día: mi velocidad promedio al volante debe ser cuando menos 60 km./hora, en vez de 10. Otra cosa que pasa es que tengo una relación particular con las leyes de la carretera. Lo del celular lo respeto porque aprecio mi vida, pero las demás son enteramente opcionales. Me han enseñado la idea que pararse en un semáforo caraqueño es más peligroso que comerse la luz, con lo que lo de los semáforos es meramente referencial.

Creo que mi forma de tratar las leyes de la carretera tiene mucho de parecido con como los venezolanos vemos la legalidad en general: respetarla es opcional. De hecho, fue parado en un semáforo a la una de la noche, con Polibaruta a 10 metros y cantidad de carros comiéndose la luz, que mi vino la idea a la mente. Y en buena medida es culpa de las leyes; nadie respeta el límite de velocidad porque en muchos casos es un absurdo, la cantidad de papeleo necesaria para hacer todo legalmente es tal que racionalmente escogemos no desperdiciar nuestro tiempo en eso. Pareciera que buena parte del esfuerzo de los legisladores venezolanos tiene como objetivo multiplicar las oportunidades de corrupción: entre el SENIAT, con su RIF, NIT, y equivalentes, CADIVI, ONIDEX, y toda la sopa de letras de organizaciones ¿cuántas veces no parece más fácil pagarle a alguien para resolver el problema? La solución obvia es eliminar legislación: hay leyes tan malas que la corrupción es mejor que su cumplimiento. Pero eso es una discusión para otro día.

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