miércoles, 8 de julio de 2009

Arrogancia y decepción

Darse cuenta de la clase de persona que uno es puede ser bastante desagradable. Bueno, no siempre, a veces uno se entera de que uno tiene méritos que desconocía. Y eso es bueno. Muy infrecuente, pero bueno. Pero darse cuenta de que uno es flojo hasta el punto de no oír consejos, decepcionar a personas cercanas y poner en peligro su futuro a corto plazo es patético.

Es una flojera nacida en buena medida de la arrogancia. El síndrome yo-soy-más-arrecho-que-los-demás, y por eso no tengo que hacer lo que hacen los demás. Suponer que otros que estuvieron en mi situación son medio pendejos y que lo que dicen no aplica a mi caso, que la experiencia de los demás no sirve para una mierda, porque al fin y al cabo ellos no tienen mi impresionante intelgencia. Creer que me puedo echar las bolas al hombro y las cosas se resolverán por obra y gracia de ser Igor Zurimendi. El resto se puede explicar con los naturales atractivos de la flojera, que no creo que haga la menor falta explicar.

Alguna justificación tiene esa arrogancia; en mi admitidamente breve y poco accidentada vida he puesto algunas cagadas que no han tenido la menor consecuencia a largo plazo. Dentro de todo además es bueno aprender lecciones sobre la flojera a los 22 en vez de a los 47, donde la consecuencia de tu larga indolencia puede ser el fracaso irreversible. Al menos tengo tiempo de rectificar.

Posdata: Una aclatoria sobre el post anterior. Fue un intento aparentemente poco exitoso de sátira. Lo único que comparto de todo lo escrito en ese post fue el párrafo que después procedo a destruir (poco constructivamente, he de decir). Al menos me queda claro que para la próxima hay que ser mucho más directo.

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