No me gusta echar cuentos. No tengo la capacidad de dar detalles interesantes a una historia que no los tiene, ni de relatarlos de forma tan cautivadora que todos queden asombrados. Puede que sea también que he oído demasiados cuentos aburridos en la vida, y que en un acto de altruismo atípico he decidido evitar aburrir a los demás con los míos. Pero hay cuentos que merecen ser contados.
De niño era más raro que el carajo. Mis padres no se quejan mucho, entonces creo que fue un raro interesante más que un raro pertubador. El caso es que en mis primeros años en el colegio Humboldt, al que entré en sexto grado, no era muy popular. Mi hermano, más competente socialmente, era por lo tanto el Zurimendi de referencia en el colegio: me había convertido en "el hermano de Ander".
Un día dije no más. En una de esas en que se referirieron a mí como "el hermano de Ander", solté el comentario de que no era hermano de Ander. "¿Cómo así?" preguntó la muchacha inocente, seguramente esperando una respuesta incoherente. Bueno, dije yo, es que soy adoptado. El cuento que me inventé es que mis padres habían muerto en un trágico accidente de tránsito, y mis tíos (es decir, mis padres), me habían adoptado. "Hermano de Ander" no más, pasé a ser "Igor el huérfano".
Obviamente todo esto llega a oídos de mi madre por vía de una madre chismosa como toda. La elogiaron por su generosidad al aceptar en su casa al niño huérfano, se compadecieron de mi situación, y supongo que provocaron una crisis de identidad materna. Las explicaciones vinieron rápido, y creo que logré evitar visitas al psiquiatra.
Oktober 29, 2023
Hace 1 año
1 comentario:
a veces hay que darse su puesto jejeje
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