lunes, 22 de febrero de 2010

Advertencia sobre los chistes

Aclaratoria dispensable (en el sentido de opuesto de indispensable, porque poca falta hace): Lo que sigue no está basando en nadie en particular, entonces no se ofendan.

Hay dos grandes formas de contar un chiste. La forma seria, civilizada, es contar tu chiste con relativa calma. Quizás una tímida sonrisa sugiera que lo que estás diciendo es gracioso, o tu tono de voz invita a la comicidad. Al terminar tu relato, esperas a ver si produjo la reacción deseada en la audiencia. Sólo después de oír la risa de los demás es que debes reírte. Al menos que andes con el gafo subido, en cuyo caso se te perdona todo.

La otra forma de contar un chiste es poco educada, ruin, e indicativa de algún nivel de deficiencia mental. En vez de sugerir que estás intentando ser chistoso, sientes la necesidad de anunciarlo a todo el que esté a veinte metros de distancia. Gesticulas en exceso, pones una inmensa sonrisa de pendejo, y sueltas carcajadas antes de terminar. Al culminar tu tortura a quienes te rodean, no contento con la pena ajena que infligiste, sueltas una estupenda risotada, que por muy mala que sea la broma obliga alguna clase de reacción en quienes te rodean. Nada de sonido de timbales para un chiste fracasado, no, tu actitud exige algo por muy falso que sea. Debo acotar acá que yo no soy de fácil reír, con el sufrimiento causado por la risa no sentida es particularmente agudo.

Si te sentiste aludido por el tercer párrafo de esta brillante epístola, analízate un momento. Aún tienes tiempo de cambiar.

viernes, 12 de febrero de 2010

La buena vida

Mi rutina diaria, cuando no cocino en mi casa, involucra comerme un sandwich (o como lo llaman acá una baguette*) en una tienda manejada por franceses en la que por lo general la comida es excelente. Hace poco pedí una sopa de cebolla, que llevé cuidadosamente los 10 minutos de caminata hasta la biblioteca para poder tomarla con calma, ansiosamente esperando poder deglutir una de mis comidas favoritas. Me terminó mi sopa y voy a mi prepa, dónde me consigo con un amigo que me pregunta qué tal estuvo.

- Sumamente decepcionante, digo yo, me aurrinó el día.

- Debes llevar una muy buena vida, interjecta una chama, si una mala sopa te aurrina el día.

Lo cual me pareció muy cómico, además de cierto. Aunque en mi defensa, la sopa sí fue sumamente decepcionante. La cebolla no estaba caramelizada, no tenía ese sabor que deja el alcohol cuando se evapora, y algún idiota decidió que llevaba romero y un bojote de pimienta. A mi además me encanta la sopa de cebolla, y tenía grandes expectativas que se fueron al piso con aquel vil brebaje. Quizás sea indicativo de que las cosas me van bien por acá, pero sin duda fue lo peor que me pasó ese día.

*Tema separado, pero esto de los nombres de carne-entre-dos-pedazos-de-pan es rarísimo. En ningún país lo llaman en su propio idioma: aparentemente una comida tan común necesita el uso de una palabra importada para sentirse exótica.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Pendejadas feministas

Llevo excesivo tiempo sin escrbir acá, pero ha llegado la hora de rectificar hablando dos cosas que no entiendo sobre las mujeres. Mejor dicho, dos nuevas cosas que no entiendo porque hay muchas cosas que llevaba tiempo sin entender, y estas son de más reciente data.

Caminando en las frías noches inglesas, con mucha frecuencia tu vista se ve aturdida por mujeres con piernas deformes paseando con minifaldas, mostrando sus extremidades tan similares a jamones colgando en una charcutería. Confiésoles que esto pasaba en Venezuela, pero nunca con tanta frecuencia, con tanto descaro, y nunca en la madre patria hacen dos grados afuera (lo cual para más inri agrega el efecto piel de gallina a unas piernas de por sí nada agradables). Con honestidad no me explico para qué estas pobres almas pasan frío para asquear a cada hombre que les pasa por delante. Quizás el frío tenga algún efecto terapeútico sobre la celulitis, y erróneamente crean que esta terapia de choque resolverá el problema.

Mi otra preocupación se relaciona con baños de mujeres en lugares públicos. ¿Alguien sabrá decir porqué los arquitectos de este planeta decidieron que los baños de mujeres deben ser del mismo tamaño que los de hombres? Será un triste legado de aquella época en que la población femenina rara vez salía de la casa, pero ha llegado la hora de arreglarlo. Lor orinales ocupan mucho menos espacio que las pocestas, y las mujeres sin duda cuidan mucho más su aspecto personal, lo cual naturalmente nos llevaría a pensar que los baños de damas han de ser mucho más grandes que los de caballeros. Pero no lo son, con la trsite consecuencia de colas interminables para mujeres, y una esperadera innecesaria para sus acompañantes.