viernes, 20 de noviembre de 2009

Un país de soñadores

Rompo un duradero silencio para reflexionar brevemente sobre el insomnio británico. Todos los días tengo clases a las nueve y media. Para estándares venezolanos esto es tarde, en la UCAB el horario matutino normal comenzaba a las 7. Dado el célebre tráfico de Caracas, esto requería despertarse a las 5 y media si querías tener alguna esperanza de llegar a la hora.

Acá en cambio, la persona que vive más lejos vive a media hora caminando del salón. Con despertarte a las 8 y media tienes tiempo para ducharte y desayunar cómodamente. Ahora deben estar esperando el punchline de esta entrada. Y es que nunca he visto a tanta gente cabecear o literalmente quedarse dormida en clases.

No puede ser porque la gente se queda hasta tarde bebiendo; todo aquí cierra a las 11. No es por lo aburrido de las clases; sino en la Católica se dormiría medio mundo. Tampoco es por falta de café, hay una máquina a un minuto del salón para quien quiera. Mi teoría es que aire acondicionado y sillas cómodas ponen a dormir a cualquiera. La comidad física del estudiante, entonces, es enemiga de su concentración. Mientras más a gusto esté en el salón, no se concentrará más, sino que se irá a dormir. Lo cual podría explicar lo incómodo del clásico pupitre: es una herramienta para garantizar que los alumnos estén despiertos hasta en las peores clases.